miércoles, 10 de marzo de 2010

Peligro azul

Recientemente el baloncelista puertorriqueño Carlos Arroyo, jugador del equipo los Miami Heat de la NBA, tuvo la desgracia de sufrir un "encuentro" con la Policía de Coral Gables, Miami, del cual salió golpeado y acusado de "resistir el arresto" y de varias de esas cuestionables herramientas legales con las cuales los policías en los EE.UU. expanden y hacen sentir su autoridad. Arroyo, a diferencia de muchos de sus colegas en la NBA es un individuo bastante tranquilo que ha dado pocos o ningunos problemas extracurriculares durante su carrera profesional. Lo peor que se podría decir de el es que ha sido algo engreido y que ha creido ser mejor baloncelista de lo que realmente es. Situación nada extraordinaria tomando en cuenta que problemente sí sea el mejor jugador de baloncesto puertorriqueño de los últimos diez o quince años y dado el enrarecido ambiente profesional en el que se mueve.

Pero lo que me interesa no es escribir sobre Carlos Arroyo. Francamente el baloncesto me interesa poco como deporte. Tampoco entiendo muy bien la obsesión de la mayoría de los puertorriqueños con un juego para el cual muy pocos de ellos tienen los requisitos físicos básicos. Pero el caso me ha dado la oportunidad para comentar algo que quería discutir en este blog desde hace algún tiempo: lo insoportables y peligrosos que son los policias en los EE.UU. No tengo recelos mayores hacia los policías puertorriqueños, que son los que veo casi a diario por vivir en esta surreal isla hispano-caribeña. Sé bien de la incompetencia de algunos de ellos y de las tendencias a la corrupción de otros pocos, pero ese es el tipo de cosas que uno aprende a asumir y descontar cuando vive en sitios como este. Además, uno tiene que sentir cierta empatía por prójimos que todos los días tienen que salir a lidiar con los peores aspectos de una sociedad disfuncional mientras reciben como salario poco mas de mil dólares al mes.

Pero los policias en los EE.UU. son otra cosa. Muchos realmente se merecen el apodo de cerdos con que los agentes del orden público son conocidos casi universalmente. Arrogantes, prepotentes, muchas veces racistas. Dados a funcionar basados en prejucios codificados sobre lo que es "normal" y lo que, por ser "anormal", tiene visos de criminal. Pequeños dictadores que creen que los denostados "civiles" son súbditos que automáticamente tienen que rendirle pleitesía (de allí las muchísimas acusasiones de "resistir el arresto" cuando el civil no sigue el guión impartido en la academia de policía). Eso, o criminales que solo desean meterle un tiro al abnegado servidor público y por lo tanto hay que tratarlos con dureza. El resultado es siempre el mismo: atropellar al ciudadano primero y (quizás) preguntar despues.

Si preocupante es la actitud de los agentes, mucho mas lo es la de sociedad en general. Probablemente no hay otro país en el orbe en el cual se vea el nivel de culto público al policía que se percibe en los EE.UU. Especialmente entre esa derecha patriotera y alarmista que en los últimos años se ha adueñado de buena parte del discurso público. Ampliando esa terrible máxima legal anglo-sajona, "The King can do no harm", estos elementos prefieren privilegiar al policía y obviar sus defectos mientras sea posible. Lo que esta gente tiene es realmente, como Juan Aurelio me comentaba al teléfono pocos días atras, un culto al estado. Un culto al estado que por florecer en una sociedad relativamente libre como la estadounidense no es menos peligroso que los que hemos visto en otros lugares. Como antídoto debemos siempre recordar que el policia es nuestro sirviente, no nuestro señor. Esa es una realidad, y un aspiración, que nunca debemos olvidar.

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