En una de nuestras conversaciones Juan Aurelio y yo discutiamos sobre las pretensiones hegemónicas de los EE.UU. y llegamos a la conclusión que quizás a los EE.UU. no le cabía el mote de imperio pero que el adjectivo de imperialista si le venía como anillo al dedo.
Imperio, a pesar de su, ahora obvia y justificada, carga negativa, es una palabra que al menos resuena a autoridad, permanencia y hasta quizás cierto sentido de propósito. Tiene, aunque duela decirlo, cierta majestuosidad. Comparado a esto imperialismo suena casi a la rabieta del "wanabee" frustrado. Nos habla del quiero y no puedo, de las fantasías orientalistas y africanistas de una de esas Sociedades y Ligas Colonizadores que, como hongos tras las lluvias, aparecieron en la Europa del siglo XIX. Nos recuerda mas a Mussolini que a Augusto, a Venizelos mas que a Alejandro.
Lo que los EE.UU. ha hecho en el mundo no es tanto crear un imperio (aunque tanto a sus partidarios como a sus detractores les encanta decir que si lo ha hecho), sino dar rienda suelta a la manias imperialistas de algunos de sus ciudadanos mas influyentes. Y el resultado ha sido, como tanto otros experimentos imperialistas del pasado reciente, una chapuza cuyos detalles particulares ya han sido abarcadora y exhaustivamente señalados en muchísimos otros foros. No por eso deja de ser reconfortante leer en tomdispatch.com (uno de esos otros foros) cosas como la siguiente:
"But perhaps they were only extremes of the Washington norm. Perhaps Americans, even in their post-World War II high-imperial phase, were never anything but powerful provincials with little grasp of the wider world: a self-contained universe of Joseph Nyes and Richard Armitages. Perhaps if you are singularly wealthy and powerful, as the United States was from 1945 into the 1970s, the provincial blunders you make don't blow back on you for 20, 30, 40 years. Now, on the downside of hyperpowerdom, they seem to blowback in about the time it takes to play your basic 30-second ad."
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