lunes, 4 de mayo de 2009

El porqué del porqué que Arias da

Una semana después de publicarse en El Nuevo Herald el artículo de Carlos Alberto Montaner “Otra vez sangre, sudor y lágrimas”, que diera pie a mi entrada De vuelta al futuro, el rotativo publicó la columna de otro escritor recurrente, que a diferencia de Montaner trabaja directamente para el diario, Andrés Oppenheimer, donde también se menciona el punto de inflexión de la historia hispanoamericana hace doscientos años como si fuera ayer.

No sé si sea por la proximidad de los bicentenarios de la Independencia, o si sea sólo mi propia percepción, pero me parece como si escritores hispanos normalmente enfrascados en el presente, o que sólo se refieren al pasado dentro de la narrativa establecida, estuviesen recientemente tomando más en cuenta el ayer a la hora de explicar el hoy. O quizás la referencia al pasado siempre ha estado ahí, y soy sólo yo quien la advierte ahora, porque la tengo más presente, pero en cualquier caso me parece que los análisis históricos van bien encaminados, pero se quedan cortos.

El análisis en el artículo de Oppenheimer lo hace el presidente costarricense Óscar Arias, en respuesta a incriminaciones de Chávez y sus aliados a los EE.UU. por la trayectoria hispanoamericana de los últimos dos siglos. Concuerdo con el juicio de Oppenheimer de que

“culpar de las falencias latinoamericanas a Estados Unidos […] es intelectualmente infantil, y políticamente peligroso”,

aunque el periodista le coloca justo antes la salvedad de que

“[d]urante los últimos doscientos años, Estados Unidos ha hecho muchas cosas, buenas y malas, en Latinoamérica”.

Siempre he creído que los EE.UU. básicamente velan por lo que entienden por sus propios intereses, y en el proceso han aprovechado y promovido la mezquindad de los dirigentes hispanos en general, quienes son los principales culpables de nuestros males.

A eso último apunta Arias cuando enumera el promedio de escolarización, la baja recaudación impositiva, los gastos militares, la falta de educación, el analfabetismo y la falta de gasto en salud e infraestructura, como ejemplos de lo que hemos hecho mal y se nos vira como enemigo. También acierta notablemente al expresar que

“[m]ientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los ‘ismos' [y aquí Oppenheimer interrumpe: “¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo...”], los asiáticos encontraron un 'ismo' muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo”.

Ahora bien, insisto en que el análisis se queda corto porque implica la pregunta:

¿Porqué los responsables de recaudaciones y gastos en América Hispana, nuestros dirigentes, no hacen su tarea como deben, y además se enfrascan en discusiones ideológicas estériles?

¿Y porqué los asiáticos sí hacen su tarea como deben y además ejercen el pragmatismo?

En el caso hispano, la respuesta a la pregunta y a la vez la raíz del problema, creo yo, es que a diferencia de colectivos como la China, la India o los EE.UU., la América Hispana forjada por la Corona española bajo esa única autoridad fue fragmentada durante y después de las Guerras de Independencia en dieciocho parcelas de poder y una colonia de los EE.UU., y si bien los propios hispanos fueron los responsables de esto, los británicos y estadounidenses lo facilitaron, porque les convenía penetrar mercados aislados y eliminar la rivalidad potencial de una América Hispana unida. Al existir padrinos en Europa y América del Norte, a los nuevos dirigentes hispanos no les hacía falta desarrollar sus cotos particulares bajo forma republicana más allá de lo necesario para servirse a ellos mismos. Este estado de cosas continúa en buena medida hasta nuestros días.

La China y la India tampoco han estado siempre exentas de caer en una tragedia similar.

En el caso de la China, existe entre analistas estadounidenses de política exterior la pregunta recurrente ya reconocida en tres palabras Who lost China?, “¿Quién perdió a la China?”, ¡como si el país asiático hubiese pertenecido a los EE.UU. en primer lugar!

A lo que se refiere la pregunta es a quiénes en los EE.UU. fracasaron en evitar que las fuerzas prooccidentales dentro de la China fueran derrotadas por las de Mao Zedong, quien juntó entonces los pedazos del jarrón imperial chino que la intromisión occidental había desbaratado, para forjar un estado comunista con sentido de propósito, a un costo humano espantoso e innecesario. No obstante, la China que celebran Arias y tantos otros hoy día está constituida por el estado que creó Mao, y ahí está su foto en la Plaza de Tian'anmen para demostrarlo, sólo que los sucesores de éste cambiaron la orientación económica guiados por el pragmatismo que reconoce Arias.

Pero Mao también fue pragmático en su momento. China era entonces muy débil para evitar que los lazos con Occidente se convirtieran en cadenas, como ha sucedido con América Hispana desde hace doscientos años, por lo cual se alineó en vez con la Unión Soviética, de la cual se benefició mientras pudo, para luego pelearse con ésta y reconciliarse con los EE.UU. desde una posición más fuerte que antes.

Para entonces la China ya se había “perdido”: Los EE.UU. podían hacer las paces con ella, pero ya no podrían dictarle como antes. Mao había triunfado, gracias a su pragmatismo en política exterior. Su dogmatismo criminal fue más bien interno, y tras su muerte sus sucesores han procurado corregirlo. En cambio si los enemigos prooccidentales de Mao hubiesen prevalecido al principio, probablemente la China de hoy sería ineficiente, caótica y subordinada a Occidente, como América Hispana, que es lo que querían los EE.UU. Esa fue la China que perdieron.

La historia de la India fue diferente. Allí los intereses comerciales británicos explotaron las rivalidades entre príncipes y potentados locales, hasta enseñorearse en el subcontinente. La primera revuelta general vino muy tarde, por lo cual Londres la pudo sofocar y asumir control directo de la India. Un siglo después vino la independencia, pero el estadounidense Fareed Zakaria, nacido en la India, nos recuerda en su libro The Post-American World que:

“Cuando los británicos abandonaban la India, en 1947, el nuevo gobierno tuvo que negociar acuerdos individuales de accesión con más de quinientos gobernantes –sobornándolos, amenazándolos, y en algunos casos coaccionándolos militarmente para que se sumasen a la unión india.”

Esos gobernantes dependientes del exterior equivalen a muchos dirigentes hispanos desde hace dos centurias, y el patrón se viene repitiendo desde entonces en varios continentes. Más aun, América Hispana fue el laboratorio donde los EE.UU. ejecutaron desde el siglo XIX la técnica de mediatizar gobiernos extranjeros, para luego aplicarla en Eurasia y el África durante segunda mitad del XX, al relevar a los imperios coloniales europeos. Y en sus mejores tiempos Europa también practicaba la mediatización las veces que no colonizaba directamente. El Imperio Otomano era un ejemplo:

Después de la Primera Guerra Mundial lograron arrancarle las provincias árabes, y estuvieron a punto de parcelar su núcleo turco en Asia Menor hasta convertirlo en un sultanato póntico títere de Occidente, de no ser por la resistencia opuesta por el veterano de la Gran Guerra, Mustafá Kemal Pachá –título de general otomano–, más tarde conocido como Kemal Atatürk, un revolucionario que logró reestructurar su país para salvarlo de la tutela occidental, sin necesidad del grado de violencia desatado por Mao en la China, ni siquiera si se ajusta a las proporciones más pequeñas que caracterizan a Turquía.

Hoy en día en América Hispana Hugo Chávez no es ni tan homicida como Mao Zedong o Fidel Castro, ni tan gallardo como Mustafá Kemal, pero está poniendo la riqueza petrolera venezolana en función de crear un bloque hispano integrado y antiimperialista, y eso debería servir de ejemplo a gobernantes más escrupulosos como Óscar Arias, aunque no simpaticen con el estilo o el socialismo de Chávez.

Arias es un ejemplo del dirigente hispanoamericano que no es necesariamente un marrullero, pero que en su lugar parece creerse el cuento de que Occidente ha sido nuestro benefactor, algo tan malo como la marrullería, porque se le transmite a la población, nublando así el entendimiento de quienes puedan albergar la inquietud por conocer la raíz de nuestros males.

Chávez y sus aliados tienen una pieza importante del rompecabezas. Es hora de que elementos más moderados como Arias reconozcan eso y lo complementen, para formar el cuadro completo, en lugar de rasgarse las vestiduras porque la izquierda quiera una América Hispana soberana, pero no sepa de la A a la Z cómo alcanzarla.

***

La mejor respuesta a los populistas
por Andrés Oppenheimer

A medida que van saliendo a la luz los detalles de lo que ocurrió en las sesiones a puertas cerradas de la reciente Cumbre de las Américas en Trinidad, resulta evidente que la mejor intervención del encuentro fue la del presidente de Costa Rica y ganador del premio Nobel, Oscar Arias.

A diferencia de los presidentes de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, Arias no dio una conferencia de prensa durante la cumbre del 17 y 18 de abril, ni envió a sus funcionarios a avisar a los periodistas internacionales cada vez que entraba o salía de la sala de reuniones.

Pero la respuesta de Arias al presidente populista de Ecuador, Rafael Correa --que circuló por internet en los últimos días y cuya veracidad me fue confirmada por Arias en una entrevista telefónica-- debería ser de lectura obligatoria para todos aquellos que siguen de cerca la política latinoamericana.

El discurso de Arias tuvo lugar durante la sesión cerrada de la cumbre del 18 de abril. Era la primera cumbre en que los presidentes latinoamericanos y caribeños se reunían en conjunto con el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Acababa de hablar el presidente ecuatoriano, quien --al igual que lo habían hecho los presidentes de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Argentina, con diferentes grados de intensidad-- culpó a Estados Unidos del atraso latinoamericano durante los últimos doscientos años.

En su discurso improvisado, cuya versión escrita lleva el titulo Algo hicimos mal, Arias comenzó diciendo: ``Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el presidente de Estados Unidos de América, ... es para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo''.

Continuó: ``No podemos olvidar que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos creara Harvard y William & Mary, que son las primeras universidades de ese país. No podemos olvidar que en este continente, como en el mundo entero, por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran más o menos iguales: todos eran pobres''.

''Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda. La Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta. Ciertamente perdimos la oportunidad'', siguió diciendo Arias.

''Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos'', agregó.

''¿Qué hicimos mal?'', pregunto Arias acto seguido. Entre otras cosas, señaló que en América Latina el promedio de escolarización es de apenas siete años, que la región tiene uno de los índices de recaudación impositiva más bajos del mundo, y que gasta la absurda cifra de $50,000 millones al año en armas y otros gastos militares.

''Nosotros tenemos países donde la carga tributaria es de 12 por ciento del producto interno bruto, y eso no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobramos dinero a la gente más rica de nuestros países'', siguió diciendo Arias.

''¿Quién es el enemigo nuestro?'', preguntó a sus colegas el presidente costarricense. ``El enemigo nuestro, presidente Correa, de esa desigualdad que usted apunta con mucha razón, es la falta de educación; es el analfabetismo; es que no gastamos en la salud de nuestro pueblo; que no creamos la infraestructura''.

Reconociendo que el siglo XXI sea probablemente el siglo asiático --y no latinoamericano-- y que China ha sacado de la pobreza a 500 millones de personas desde que abrió su economía hace tres décadas, Arias concluyó: 'Mientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los `ismos' [¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo...], los asiáticos encontraron un 'ismo' muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo''.

Mi opinión: Arias está en lo cierto. Durante los últimos doscientos años, Estados Unidos ha hecho muchas cosas, buenas y malas, en Latinoamérica. Pero culpar de las falencias latinoamericanas a Estados Unidos --como lo hicieron los presidentes de Venezuela y sus seguidores-- es intelectualmente infantil, y políticamente peligroso.

Los líderes populistas están utilizando la retórica antinorteamericana para justificar sus ambiciones de eternizarse en el poder. No es casual que todos sigan el mismo guión: culpar a Washington, exigir una ''refundación'' de sus países, y luego reescribir la Constitución para lograr la supremacía absoluta y permanecer indefinidamente en el poder en nombre de la defensa de la soberanía nacional. Es hora de ponerlos en evidencia, y Arias lo hizo con magnífica elocuencia.

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