El título que antecede es la traducción de una frase que se ha sumado al inglés popular a partir del éxito taquillero en la década de 1980 de una trilogía de películas del mismo nombre (Back to the Future), que comienza cuando un muchacho de dicha década es transportado instantáneamente a la década de 1950, y busca cómo retornar con igual celeridad a lo que desde su nueva situación sería el futuro. De ahí la paradoja de regresar hacia adelante.
Una frase inglesa con pátina más clásica es la que se traduce como «sangre, sudor y lágrimas», variante de unas palabras que Winston Churchill tomara de otro imperialista anglo, Theodore Roosevelt, sin darle crédito, en un discurso en que Churchill arengaba a su gente a combatir al enemigo externo de turno, esa manía anglo perpetuada por políticos más recientes, que admiran a Churchill de la misma manera que éste admirara a Teddy Roosevelt.
Carlos Alberto Montaner repite la frase a propósito de la necesidad de invertir esos tres fluidos corporales en combatir la oleada de regímenes de izquierda que amenazan el status quo en América Hispana. Es con la frase de marras que Montaner concluye su artículo al respecto, y la incluye en el título de ese mismo ensayo. De ahí que quien suscribe haga otro tanto con una frase inglesa más coloquial, porque su repetición ya no se refiere a quien regrese a su presente desde la prisión del pasado, sino a la idea de que a veces el futuro está en revisar el pasado, y el artículo de Montaner abre esa puerta sin intención, a propósito de una coyuntura en la historia hispana hace casi exactamente doscientos años.
Después de discurrir sobre el sesgo autoritario de los exponentes de la izquierda bolivariana en la América Hispana de hoy, Montaner lo compara con el absolutismo monárquico hispánico que Bolívar y compañía combatieron y derrotaron hace dos siglos. A continuación la cita textual:
Curiosamente, los latinoamericanos estamos reeditando una batalla que pareció librarse a principios del siglo XIX entre el absolutismo español de Fernando VII y las ideas liberales de los próceres de la Independencia. No hay nada más parecido al pensamiento monárquico conservador de las fuerzas realistas de Fernando VII que el socialismo del siglo XXI, y, por la otra punta del conflicto, no hay nada más próximo a las ideas de sus adversarios que el discurso político de personajes como Miranda, Bolívar, Sucre o Santander, partidarios todos del diseño republicano, de la libertad económica, de la existencia de derechos naturales (incluidos el de propiedad), firmes creyentes en que la soberanía residía en el pueblo y se delegaba su representación mediante elecciones democráticas.
Montaner tiene razón. Paradójicamente la izquierda bolivariana es homologable con las fuerzas realistas que eran no sólo españolas, sino americanas también, y que quede claro, mientras que los liberales contemporáneos de corte clásico equivalen a sus antecesores y referentes de hace dos siglos, e incluyen a amigos españoles como por ejemplo José María Aznar.
La pregunta es qué bando histórico hubiese sido más beneficioso a largo plazo para la América Hispana de los siglos XIX y XX, y qué bando de hoy lo sería para la América Hispana por venir.
A pesar de las iniquidades que se le pueda imputar a la autoridad real en América española, y a pesar del afán de los próceres de la Independencia en corregirlas, el hecho es que la Corona y sus fieles luchaban por la unidad y la soberanía de América Hispana, si bien bajo el monarca español, mientras que los libertadores procuraban alianzas con potencias extranjeras y suscribían modelos políticos foráneos y ajenos a la tradición hispánica, con tal de emanciparse de la metrópoli a la cual América Hispana debía su propia existencia como conjunto, amén de aquellos rasgos que le eran –y son– comunes. De paso los próceres en cuestión escindieron a la larga en diecinueve partes lo que antes fuera un todo, y no erradicaron realmente la estratificación social de corte racista (y a quien lo dude le bastará mirar un solo episodio de cualquier telenovela mexicana, por ejemplo).
Asimismo, a pesar de los serios atropellos a que se arriesga América Hispana si permite la consolidación de un bloque bolivariano del siglo XXI, sus proponentes han dado pasos hacia la integración del continente hispano que claramente superan en alcance la retórica integracionista de gobiernos más convencionales, a la vez que han tomado medidas severas en pos de finiquitar la influencia tradicional de los EE.UU. sobre nuestros países. Mientras tanto los políticos dentro de la porción del espectro ideológico comprendida desde la centro-izquierda hasta la derecha abogan esencialmente por el mejoramiento del status quo: Dieciocho países y una colonia hispanoamericanos sin mayor peso específico en el mundo, con los EE.UU. y Europa como entes tutelares y modelos de desarrollo.
Carlos Alberto Montaner reconoce la posibilidad de que haya inspiración patriótica en los desmanes autoritarios de la izquierda:
Uno pudiera pensar que detrás de ese comportamiento hay cinismo e hipocresía, pero no es verdad. Lo que hay son convicciones ideológicas. Esta tribu de la izquierda carnívora no cree en el pluripartidismo, en la alternancia en el poder, o en los límites a la autoridad. Todas esas son zarandajas inventadas por la burguesía explotadora para perpetuarse en el gobierno.
Y desgraciadamente la última oración de la cita fue escrita irónicamente pero en realidad es válida en el caso de América Hispana. Una pequeña prueba del hecho está implícita en el propio artículo de Montaner, donde se refiere a la costumbre instituida por Fidel Castro de cambiarle el nombre al pluripartidismo por pluriporquería, un neologismo acuñado por el comandante, quien también dio a conocer al resto de la hispanidad el doble aumentativo cubano, cuando trató de paliar al momento el ridículo a que lo expuso un locutor de radio de Miami, llamando al locutor “mariconsón”. El problema es que lo de pluriporquería lo profirió Castro en un discurso ante sus homólogos demócratas durante una Cumbre Iberoamericana, y éstos mostraron su compromiso con la democracia extendiendo al cubano invitaciones ulteriores.
También por desgracia suele ser cierto lo de que
el comercio libre es una artimaña de las potencias imperiales para subyugar a los pueblos del tercer mundo porque, como afirma Evo Morales, Occidente representa ``la cultura de la muerte''.
Ese es el mismo presidente a quien Montaner
cit[a] de memoria: “ustedes hagan la trampa que tengan que hacer, y luego busquen los argumentos legales para justificarlo, que para eso son abogados”.
Las palabras exactas de Morales fueron:
Cuando algún jurista me dice: 'Evo te estás equivocando jurídicamente, eso que estás haciendo es ilegal', bueno yo le meto por más que sea ilegal. Después les digo a los abogados: 'si es ilegal, legalicen ustedes, para qué han estudiado’.
El contexto de la cita fue la demora provocada durante años por técnicos bolivianos a la hora de renegociar con empresas extranjeras derechos de explotación que éstas tenían sobre hidrocarburos en el subsuelo boliviano. ¿A quién beneficiaba entonces ese entramado legal sino a los extranjeros y a sus colaboradores bolivianos en posición de urdirlo? Por supuesto que los extranjeros y sus colaboradores locales serían mayormente de ascendencia europea, y el contubernio entre éstos, quienes a penas dejaban algo de la riqueza devengada a las empobrecidas mayorías indígenas de Bolivia, es un ejemplo de a qué se refiere Evo Morales con “la cultura de la muerte”. Y dicho sea de paso, el término no lo acuño Morales, sino el papa Juan Pablo II para referirse a ciertos aspectos de la cultura occidental contemporánea, que en algunos casos coinciden con los que denuncia el presidente boliviano.
Efectivamente se está reeditando dos siglos después la batalla de comienzos del XIX en América Hispana, y la razón es que la primera batalla no se saldó como debía saldarse. Bolívar deseaba sacudirse del poder español para dar lugar a una América Hispana que fuese soberana pero que también permaneciese unida. En cambio lo que ocurrió fue que nuestra América se fragmentó severamente, y por ende quedó a merced de potencias extranjeras hasta nuestros días.
Al empantanarse los EE.UU. al otro lado del mundo, se ha creado una nueva coyuntura que la izquierda ha aprovechado para intentar sacudirse de la tutela de nuestro vecino, igual que los libertadores aprovecharon la ocupación francesa de nuestra antigua metrópoli para romper con ésta. Y a diferencia de cuando recibía órdenes de la hoy extinta Unión Soviética, hoy la izquierda busca también la integración de nuestros países.
Los EE.UU. parecen debilitados, pero la China se está interesando en nuestro continente, y sería un patrón mucho menos libertario que nuestro vecino del norte. No hay ningún problema con que ganen las ideas de la libertad en América Hispana, pero sería la primera vez, porque estas no son viables sin los prerrequisitos de integración y soberanía.
Otra vez sangre, sudor y lágrimas
Carlos Alberto Montaner
26 de abril de 2009
Madrid -- Daniel Ortega, el presidente nicaragüense, ha hablado con desprecio de los partidos políticos. Según él, dividen a los pueblos. Los fragmentan en porciones hostiles. Lo conveniente es un partido único, dirigido por un líder carismático, que interprete las necesidades de las masas y ponga en marcha las medidas de gobierno que requiere el bien común.
Al margen de sus convicciones comunistas, reverdecidas bajo el amparo económico de Hugo Chávez y la tutoría intelectual de Fidel Castro, esta andanada contra el pluripartidismo es producto de la reciente visita de Ortega a La Habana, donde conversó durante cuatro horas con el viejo comandante, provisionalmente repuesto del cáncer y de los divertículos que le pulverizaron los intestinos y le dejaron como recuerdo un ano contra natura. En la jerga política del gobierno cubano, al pluripartidismo se le llama ''pluriporquería''. Daniel suscribe con entusiasmo ese juicio político y regresó a Managua dispuesto a enterrar la pluriporquería.
El presidente ecuatoriano Rafael Correa dijo algo parecido durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago. El periodista (y buen novelista) Juan Manuel Cao le preguntó por la represión en Cuba y la suerte de los presos políticos que hay en la isla, y el joven mandatario le respondió que la única democracia no es la occidental, que Cuba tiene un sistema diferente, pero legítimo de expresar la soberanía popular, y a continuación hizo una encendida defensa de los cinco espías cubanos presos en Estados Unidos por delitos que van desde la complicidad en el asesinato de los pilotos desarmados de una organización que ayudaba a salvar balseros cubanos (Hermanos al Rescate), hasta la infiltración en una base militar norteamericana, de cuyos movimientos informaban al alto mando militar cubano con datos que luego podían ser compartidos con países como Irán o Corea del Norte. (Durante las dos guerras contra Irak los servicios cubanos le transmitieron información militar valiosa a la dictadura de Sadam Hussein.)
Para acabar con el pluripartidismo, la tumultuosa familia del ''socialismo del siglo XXI'' (por ahora Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) cuenta con un instrumento temible: tribunales totalmente dependientes del caudillo que ordena y manda. Así acaba de suceder en Venezuela con el popular alcalde de Maracaibo, Manuel Rosales, que ha tenido que huir a Perú falsamente acusado de corrupción; así ocurrió en Bolivia con Leopoldo Fernández, prefecto de Pando, a quien le imputan una inverosímil corresponsabilidad en la masacre de una veintena de campesinos cometida por grupos paramilitares; así sucede en Nicaragua, donde al diputado Eduardo Montealegre (a quien le robaron descaradamente su triunfo electoral por la alcaldía de Managua) lo amenazan con llevarlo a la cárcel por haber realizado o autorizado unas transacciones bancarias que no violaban ninguna ley del Estado.
Para eso han quedado los tribunales en el perímetro del socialismo del siglo XXI: para acosar y demoler las maquinarias políticas de la oposición o para triturar a sus líderes. Con total franqueza lo explicó Evo Morales a los ministros de su gabinete, y cito de memoria: ``ustedes hagan la trampa que tengan que hacer, y luego busquen los argumentos legales para justificarlo, que para eso son abogados''.
Uno pudiera pensar que detrás de ese comportamiento hay cinismo e hipocresía, pero no es verdad. Lo que hay son convicciones ideológicas. Esta tribu de la izquierda carnívora no cree en el pluripartidismo, en la alternancia en el poder, o en los límites a la autoridad. Todas esas son zarandajas inventadas por la burguesía explotadora para perpetuarse en el gobierno. Tampoco cree en el equilibrio de poderes independientes que se contrapesan, en la democracia representativa, en las virtudes del mercado o en la existencia de derechos naturales que protegen a las personas de las arbitrariedades del Estado o de otras personas.
Estamos en presencia de una fuerza política convencida de las virtudes del mando vertical, absolutamente entregada a la creencia de que la soberanía popular encarna en la cabeza del Estado, ese caudillo lleno de buenas intenciones, esa noble criatura dotada de un instinto excepcional que lo precipita a crear un mundo justo e igualitario para beneficio de sus necesariamente dóciles súbditos. Una fuerza política, además, persuadida de que el comercio libre es una artimaña de las potencias imperiales para subyugar a los pueblos del tercer mundo porque, como afirma Evo Morales, Occidente representa ``la cultura de la muerte''.
Curiosamente, los latinoamericanos estamos reeditando una batalla que pareció librarse a principios del siglo XIX entre el absolutismo español de Fernando VII y las ideas liberales de los próceres de la Independencia. No hay nada más parecido al pensamiento monárquico conservador de las fuerzas realistas de Fernando VII que el socialismo del siglo XXI, y, por la otra punta del conflicto, no hay nada más próximo a las ideas de sus adversarios que el discurso político de personajes como Miranda, Bolívar, Sucre o Santander, partidarios todos del diseño republicano, de la libertad económica, de la existencia de derechos naturales (incluidos el de propiedad), firmes creyentes en que la soberanía residía en el pueblo y se delegaba su representación mediante elecciones democráticas.
¿En qué va a parar este enfrentamiento? A principios del siglo XIX ganaron las ideas de la libertad. A principios del siglo XXI ocurrirá lo mismo, pero costará sangre, sudor y lágrimas.
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