Comienzo con dos anécdotas derivadas del siguiente pasaje del artículo de Echerri que cito en mi entrada anterior:
Los cubanos, que nos avergonzaba aquel carnicero devenido canciller que fue Isidoro Malmierca (cualquier errata en el apellido es permisible), tendríamos aún que asombrarnos con el híbrido de torero y mensajero de botica que fue luego Robaina, para quedarnos mudos frente a la grotesca figurilla, lumpen toda ella, desde la suela de los zapatos hasta el pelo, que es el tal Pérez Roque: el más cabal modelo de ''hombre nuevo'' producido por el socialismo castrista.
En época de relevancia del Sr. Malmierca, q.e.p.d., asistí en Miami a una comedia teatral anticastrista, bastante chabacana por cierto, donde alguien hacía las veces de este señor, y recalcaba que su nombre completo era Isidoro Malmierca y Peoli, con hincapié en la “y” y el apellido materno. Yo suponía que se tratase de una broma, hasta que años después leí la noticia del fallecimiento del Sr. Malmierca, ¡y se le identificaba como Isidoro Malmierca Peoli!
Más increíble aun fue lo que vi hacer en TV a Pérez Roque: Delante de la Embajada de Cuba en París unos periodistas le preguntaron sobre el Proyecto Varela (una recogida de firmas dentro del marco de la constitución socialista cubana para solicitar un referendo que liberalizase el régimen), a lo cual respondió, articuladamente pero con fuerte acento cubano: “El Proyecto Varela… [aquí comienza lo que describiré a continuación] me lo paso por los cojones”, al tiempo que colocaba la palma de su mano a ínfima distancia de su entrepierna y la deslizaba en el aire hacia arriba.
Ese era y sigue siendo hasta hoy el Ministro de Relaciones Exteriores, o Canciller, de la República de Cuba.
Por cierto, en el contexto social hispanoamericano –o brasileño, o haitiano- de ayer como de hoy, Felipe Pérez Roque «(ostentaría) el llamado “emblema” blanco», por citar el artículo de Caspa. Digo esto porque la procacidad que alerto que podría ser un subproducto de un proceso reivindicativo de hispanos sin el “emblema” no tiene realmente que ver con la raza. El Señor Canciller es un grosero de ascendencia española. En todos lados hay chusma, y donde la población es blanca, la chusma es blanca también.
Lo que ocurre en la América Hispana es que “(h)istóricamente la cultura latinoamericana ha idolatrado lo blanco”, como dice Caspa, y lo sigue idolatrando, pero “el cansancio de algunos pueblos con sus élites políticas tradicionales” de que habla Echerri los puede llevar al “abandono de ciertos criterios de refinamiento que, auténtica o falsamente, las clases dirigentes en nuestros países, y durante mucho tiempo, intentaron representar”, y como esas clases suelen ser blancas, los advenedizos podrían asociar compostura con blancura, y por ende contraponerle la grosería como si fuese un valor cultural mestizo, que no lo es.
Los cubanos, que nos avergonzaba aquel carnicero devenido canciller que fue Isidoro Malmierca (cualquier errata en el apellido es permisible), tendríamos aún que asombrarnos con el híbrido de torero y mensajero de botica que fue luego Robaina, para quedarnos mudos frente a la grotesca figurilla, lumpen toda ella, desde la suela de los zapatos hasta el pelo, que es el tal Pérez Roque: el más cabal modelo de ''hombre nuevo'' producido por el socialismo castrista.
En época de relevancia del Sr. Malmierca, q.e.p.d., asistí en Miami a una comedia teatral anticastrista, bastante chabacana por cierto, donde alguien hacía las veces de este señor, y recalcaba que su nombre completo era Isidoro Malmierca y Peoli, con hincapié en la “y” y el apellido materno. Yo suponía que se tratase de una broma, hasta que años después leí la noticia del fallecimiento del Sr. Malmierca, ¡y se le identificaba como Isidoro Malmierca Peoli!
Más increíble aun fue lo que vi hacer en TV a Pérez Roque: Delante de la Embajada de Cuba en París unos periodistas le preguntaron sobre el Proyecto Varela (una recogida de firmas dentro del marco de la constitución socialista cubana para solicitar un referendo que liberalizase el régimen), a lo cual respondió, articuladamente pero con fuerte acento cubano: “El Proyecto Varela… [aquí comienza lo que describiré a continuación] me lo paso por los cojones”, al tiempo que colocaba la palma de su mano a ínfima distancia de su entrepierna y la deslizaba en el aire hacia arriba.
Ese era y sigue siendo hasta hoy el Ministro de Relaciones Exteriores, o Canciller, de la República de Cuba.
Por cierto, en el contexto social hispanoamericano –o brasileño, o haitiano- de ayer como de hoy, Felipe Pérez Roque «(ostentaría) el llamado “emblema” blanco», por citar el artículo de Caspa. Digo esto porque la procacidad que alerto que podría ser un subproducto de un proceso reivindicativo de hispanos sin el “emblema” no tiene realmente que ver con la raza. El Señor Canciller es un grosero de ascendencia española. En todos lados hay chusma, y donde la población es blanca, la chusma es blanca también.
Lo que ocurre en la América Hispana es que “(h)istóricamente la cultura latinoamericana ha idolatrado lo blanco”, como dice Caspa, y lo sigue idolatrando, pero “el cansancio de algunos pueblos con sus élites políticas tradicionales” de que habla Echerri los puede llevar al “abandono de ciertos criterios de refinamiento que, auténtica o falsamente, las clases dirigentes en nuestros países, y durante mucho tiempo, intentaron representar”, y como esas clases suelen ser blancas, los advenedizos podrían asociar compostura con blancura, y por ende contraponerle la grosería como si fuese un valor cultural mestizo, que no lo es.
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