sábado, 2 de agosto de 2008

Imperialismo transcultural e "imperialismo" intracultural

En la siguiente columna de El Nuevo Herald de hoy, el autor de la misma acusa a Hugo Chávez de imperialista. No es la primera vez que alguien esgrime tal acusación. El propio Álvaro Uribe lo hizo en respuesta a la primera ronda de insultos de Chávez a él tras el anuncio de que Colombia sacaba a Chávez de la negociación con las FARC para liberar secuestrados. Incluso he escuchado el término "subimperialista" para referirse a la política regional venezolana, donde el prefijo "sub" implica la existencia de un imperialismo superior en cadena de mando al que se describe, y por ende reconoce la existencia del imperialismo de EE.UU.

La diferencia estriba en que el imperialismo estadounidense es transcultural, en el sentido de que su objeto de dominio pertenece a una tradición cultural distinta a la del estado imperialista, mientras que el "imperialismo" que se le atribuye al proyecto bolivariano sería en todo caso intracultural, porque Venezuela pertence a la misma ecúmene hispanoamericana que los otros 18 estados donde procura influencia.

Digo 18 porque la república bolivariana ha enviado delegaciones a Puerto Rico y su presidente ha abogado por la independencia de la isla, que si bien es jurisdicción estadounidense desde que le fuera arrebatada a España, culturalmente es tan hispana como su Madre Patria y sus hermanos de América. Si no este servidor, nacido y criado en la isla, de padre cubano y madre puertorriqueña, no se habría sentido movido a iniciar este blog, ni Pedro, íntegramente puertorriqueño, sostendría el esfuerzo común de dos naturales de San Juan de Puerto Rico, cuyo vernáculo es el de todos los puertorriqueños de la isla y de muchos de la diáspora, el español.

Además, Chávez no pretende imponer instituciones específicamente venezolanas a la América Hispana, sino que se vale de Venezuela como instrumento para aupar en el continente una tradición política de izquierda (y valga la paradoja, "tradición de izquierda") que es común a todo el ámbito. Posiblemente su simultánea exaltación del nacionalismo venezolano procura apelar a las emociones de una población que, como sus vecinos hispanos, lleva casi 200 años bajo condicionamiento mental por parte del poder político en la idea de que constituye una nación distinta a sus vecinos. En la práctica sin embargo, Chávez más bien ha impuesto a esa población variantes livianas de instituciones cubanas, incluido personal de esa procedencia en Venezuela, que sostienen en Cuba un modelo de estado donde prevalece la autoridad política sobre los intereses económicos de otros que no sean la Casa Real, y si acaso la Corte. El modelo "liberal" hispanoamericano es el otro extremo: La política se hace en función de los intereses económicos de particulares escasos.

Chávez subisdia a la Casa Real Cubana y su Corte con petróleo que podría aliviar aun más la tenaz pobreza popular en Venezuela, y Raúl Castro le muestra su ingratitud buscando otros suplidores contingentes en África por ejemplo. Y por último está la prodigalidad internacional de Chávez que el propio artículo reseña. ¿Acaso el imperialismo no consistía en explotar y no en ser explotado?

El imperialismo transcultural sí responde casi exclusivamente al cálculo económico, por lo cual le conviene la fragmentación de ecúmenes como la nuestra, la árabe, o la túrquica en el vientre del poder ruso, en múltiples estados-nación poco viables y por ende dependientes del poder imperialista que los explota económicamente.

"No es que [Chávez] aborrezca el imperialismo, como clama a los cuatro vientos.", dice el autor del artículo, "Lo desea con pasión cerril.". Pero se confundió de vocablo: Lo que Chávez desea no se llama imperialismo, sino la autodeterminación a que tiene derecho Nuestra América en su conjunto, que sólo se obtiene a través de la lucha por el poder, como la obtuvieron una vez las potencias que hoy la desautorizan.

El imperialismo chavista

MARTIN SANTIVAÑEZ VIVANCO

El abrazo efusivo entre la gloriosa revolución bolivariana y la ''gran madre Rusia'' reafirma --urbi et orbi-- la vocación más íntima del chavismo: forjar en comarcas australes un genuino imperio tropical. En efecto, pese a la retahíla de insultos y banalidades con las que Chávez suele adjetivar a los Estados Unidos, el bolivarian dream que defiende es, en esencia, similar al de su némesis. El presidente venezolano pretende fundar en América del Sur un sultanato socialista que desafíe los presuntos afanes imperiales de la Roma norteamericana, enarbolando para ello un discurso plagado de reivindicaciones y resentimientos subvencionados por el caudal incesante del petróleo. No es que aborrezca el imperialismo, como clama a los cuatro vientos. Lo desea con pasión cerril. En el fondo, Hugo Chávez anhela ser el ''gendarme necesario'' de Latinoamérica, el César de los Andes que vislumbró su compatriota Laureano Vallenilla Lanz. Persigue este objetivo, con ardor, como antes el poder. Sólo así se explica su último periplo global.

La gira internacional de Hugo Chávez ha estado mediatizada, de principio a fin, por esta ambición imperial. Los afanes de poder del bolivariano precisan de una logística que la Venezuela inaudita y revolucionaria, pese a todo su petróleo, es incapaz de generar. El chavismo, para expandirse, emplea la lógica militar. En este punto, el sentido común de los caudillos militares es homogéneo y repetitivo. Altamente predecible. Son cosas de intendencia. Ya seas Pinochet o Velasco --por citar dos antípodas-- la expansión de la zona de influencia o hinterland siempre está ligada a la capacidad real de las fuerzas armadas a tu cargo. Chávez, como militar, lo sabe. De allí el armamentismo desaforado que de un tiempo a esta parte viene practicando con calculada frialdad. Los kalashnikovs, sukhois y varshaviankas que los petrodólares han adquirido no servirán para repeler a la IV Flota del Comando Sur de los EEUU. Claro que no. Ni el ejército bielorruso --con la plana mayor incluida-- podría detener una ofensiva de los marines. Las armas del chavismo son medios disuasorios e instrumentos de presión contra las débiles poliarquías sudamericanas que pretenden resistir a la apetitosa chequera del oro negro.

En todo caso, no todos los latinoamericanos están dispuestos a canjear su libertad por gasolina barata. El imperio social-energético que el chavismo pretende establecer colisionará, tarde o temprano, con la rebelión soberanista con que suelen reaccionar los países a la intromisión extranjera. Así sucedió en el caso peruano, cuando Chávez apoyó resueltamente el etnocacerismo de Ollanta Humala. Alan García, campeón del cosmopolitismo progresista, no dudó en apelar al patriotismo más rancio para derrotar a su rival. Denunciando la intrusión bolivariana, García logró la adhesión de aquellos sectores temerosos del expansionismo chavista. O lo que es lo mismo, Chávez perdió una elección en la que apostó dinero tras ser tachado de invasor. El Perú no soportó la demagogia intervencionista del teniente coronel.
Hugo, go home.

No es la soberanía venezolana la que está en juego. Es la de todo un continente. Las armas que compra en antiguos feudos soviéticos y los convenios económicos que blindan su política exterior y eternizan su régimen permiten que Chávez mancille una de las grandes conquistas del derecho internacional público latinoamericano: el principio de no intervención. El único imperialismo que arrecia en Sudamérica es el que él practica, al quebrantar reiteradamente la soberanía de sus vecinos. Imperio es aquel espacio de poder que, empleando técnicas despóticas e inmiscuyéndose en la política interna de otro país, pretende dominar un entorno determinado. El imperialismo del Partido Socialista Unido de Venezuela anda en pos de tecnología, armas y aliados. Y los está consiguiendo a raudales.

Lamentablemente, en España también. ''Hemos cerrado un capítulo y abierto otro, vienen tiempos mejores'', ha dicho el presidente venezolano tras concluir su visita de estado a la península. ¿Por qué el gobierno socialista se afana en recomponer las relaciones con el autócrata venezolano? ¿Se trata de una vieja comunión ideológica o del renovado afán económico de participar de la riqueza petrolífera venezolana? Lo cierto es que las gestiones de Miguel Angel Moratinos --¡siempre Moratinos!-- para que Chávez visitara la piel de toro han sido persistentes y decididas. Acaso un poco abyectas. Y Hugo, por supuesto, se ha dejado querer. Llegó tarde a la reunión con el rey, dirigió la puesta en escena, ofreció petróleo por cien años e hizo vibrar a la progresía. Conviene que el gobierno de Zapatero recapacite sobre su papel en Latinoamérica si pretende tener alguna relevancia en el futuro de la región. Apostar por Chávez a cambio de diez mil barriles diarios de petróleo implica debilitar un compromiso histórico con la democracia y malgastar las opciones de liderazgo de España en el continente. Ahora bien, sinceramente, ¿vale la pena el negocio?

Dtor. Center for Latin American

Studies, Fundación Maiestas (España).

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