(Gracias a Pedro por su más reciente entrada, en respuesta a la mía.)
Hace pocos días visité a un primo hermano de mi abuelo paterno q.e.p.d. Mi pariente dejó Cuba en 1960, a los 35 años, uno menos que yo, y recuerda todo muy bien. Él como yo es escéptico del orden en que vivimos, y éste suele ser nuestro tema de conversación cuando nos encontramos. Sin embargo, a pesar de haber bastante sintonía entre él y yo, su enfoque abarca al mundo occidental en general, cosa común entre hispanos que piensan como él, mientras que mi interés por ese mundo está supeditado a la influencia que tenga en el ámbito hispano (bastante, por cierto), que es mi principal foco de interés.
Cuando planteé a mi pariente que yo había estado años preguntándome las razones de la postración de América Hispana, él se adelanto en dar una respuesta, más o menos como sigue:
Vivimos en un mundo que no fue hecho ni por ni para nosotros, por eso no funcionamos bien en él. Tendríamos que crear nuestro propio mundo para poder funcionar bien.
No sé si la primera oración sea suya o de algún hispanista del siglo XX, pero resume de manera lapidaria el problema, sin entrar en detalles. Éstos los puse yo cuando proseguí con mi planteamiento aludiendo al colapso de la autoridad que sacudió al mundo hispano con la invasión napoleónica de España y sus consecuencias en América, una autoridad que no se ha podido recomponer, y que fue suplantada por la de extranjeros. De ahí que “ni por ni para nosotros”. “Nuestro propio mundo” sería nuestra soberanía de facto, y no sólo de iure.
En nuestra larga conversación, mi pariente me dio un dato particularmente interesante: Él dice que los cubanos, al menos los de clase acomodada, solían ser tan “americanistas” (idólatras de EE.UU.) desde Cuba antes de 1959, como en el exilio, y que la razón era que los padres los mandaban de internos a colegios en EE.UU., por lo cual eran cubanos de nacionalidad, pero estadounidenses de formación. Incluso utilizó la metáfora de que estos señores tenían dos dioses: El Dios católico (y uso mayúscula porque para mí es El Verdadero), y el dios “americano”. Añado que lo más peligroso es ¡cuando los entremezclan!
Por último, y volviendo a la causa de nuestra postración, existe un libro cuya más reciente edición creo que data de 1999, escrito por un diplomático español de carrera (para que no digan que fue ningún “facha”, “de derechas”, como dicen ellos) llamado Fernando Olivié, cuyo título es tan lapidario como la cita de mi pariente: La Herencia de un Imperio roto. Aun no lo he leído, pero lo tengo, lo he hojeado, y el contenido luce tan prometedor como el título. Tan pronto lo lea lo comentaré en mayor detalle.
Hace pocos días visité a un primo hermano de mi abuelo paterno q.e.p.d. Mi pariente dejó Cuba en 1960, a los 35 años, uno menos que yo, y recuerda todo muy bien. Él como yo es escéptico del orden en que vivimos, y éste suele ser nuestro tema de conversación cuando nos encontramos. Sin embargo, a pesar de haber bastante sintonía entre él y yo, su enfoque abarca al mundo occidental en general, cosa común entre hispanos que piensan como él, mientras que mi interés por ese mundo está supeditado a la influencia que tenga en el ámbito hispano (bastante, por cierto), que es mi principal foco de interés.
Cuando planteé a mi pariente que yo había estado años preguntándome las razones de la postración de América Hispana, él se adelanto en dar una respuesta, más o menos como sigue:
Vivimos en un mundo que no fue hecho ni por ni para nosotros, por eso no funcionamos bien en él. Tendríamos que crear nuestro propio mundo para poder funcionar bien.
No sé si la primera oración sea suya o de algún hispanista del siglo XX, pero resume de manera lapidaria el problema, sin entrar en detalles. Éstos los puse yo cuando proseguí con mi planteamiento aludiendo al colapso de la autoridad que sacudió al mundo hispano con la invasión napoleónica de España y sus consecuencias en América, una autoridad que no se ha podido recomponer, y que fue suplantada por la de extranjeros. De ahí que “ni por ni para nosotros”. “Nuestro propio mundo” sería nuestra soberanía de facto, y no sólo de iure.
En nuestra larga conversación, mi pariente me dio un dato particularmente interesante: Él dice que los cubanos, al menos los de clase acomodada, solían ser tan “americanistas” (idólatras de EE.UU.) desde Cuba antes de 1959, como en el exilio, y que la razón era que los padres los mandaban de internos a colegios en EE.UU., por lo cual eran cubanos de nacionalidad, pero estadounidenses de formación. Incluso utilizó la metáfora de que estos señores tenían dos dioses: El Dios católico (y uso mayúscula porque para mí es El Verdadero), y el dios “americano”. Añado que lo más peligroso es ¡cuando los entremezclan!
Por último, y volviendo a la causa de nuestra postración, existe un libro cuya más reciente edición creo que data de 1999, escrito por un diplomático español de carrera (para que no digan que fue ningún “facha”, “de derechas”, como dicen ellos) llamado Fernando Olivié, cuyo título es tan lapidario como la cita de mi pariente: La Herencia de un Imperio roto. Aun no lo he leído, pero lo tengo, lo he hojeado, y el contenido luce tan prometedor como el título. Tan pronto lo lea lo comentaré en mayor detalle.
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