sábado, 1 de noviembre de 2008

Los puertorriqueños y su extraña ciudadanía

El status político de Puerto Rico, su indefinida e indefinible relación colonial con los EE.UU., se ha agotado ya y está contribuyendo a llevar al país a una profunda crisis económica y social que comenzó mucho antes de la actual situación internacional. Eso sin hablar de la indignidad inherente a la condición colonial y de la distorsiones intelectuales y espirituales que esta ocasiona o facilita. Lo triste es que no todos los puertorriqueños están conscientes de esto y muchos otros, aun estándolo, miran para el otro lado y prefieren continuar con el status quo. Ahí tienen un buen ejemplo de esas distorsiones intelectuales y espirituales que les acabo de mencionar.

Uno de los mayores obstáculos para resolver el asunto colonial, desde el punto de vista de ese ser quimérico que es el puertorriqueño promedio, es el problema que implica la ciudadanía estadounidense de los puertorriqueños. Aunque duela admitirlo, las mayoría de los puertorriqueños parece no querer perder la ciudadanía estadounidense que poseen, aunque esta sea una de segunda categoría si se le compara con la de los domiciliados en los cincuenta estados.
Pero, por otra parte, comienza a ser bastante claro que el futuro de Puerto Rico requerirá, no una mayor integración a los EE.UU., sino el asumir la posición natural del país como un miembro soberano del concierto de naciones. ¿ Que hacer entonces con esa ciudadanía ?

Soy abogado pero será mejor que tomen estos comentarios como los de un observador cualquiera de la situación y no como los de alguien entrenado en Derecho. Es que uno de los problemas que tienen los especialistas de cualquier disciplina es su incapacidad adquirida (gracias a su "educación" y entrenamiento) para ver mas allá de las fronteras y prejuicios de su campo de acción. No quiero que se diga eso de mí por lo que usualmente prefiero tratar de ver las cosas sin las anteojos de abogado, reservándolos para aquellas situaciones puramente profesionales y laborales. Así que aqui va mi propuesta, amateur y dirigida mas a provocar discusión que a marcar un plan de acción:

1. Ambas partes negocian y suscriben un tratado de libre asociación.

2. Los puertorriqueños (tanto los domiciliados en la Isla como en los EE.UU.) conservarán su ciudadanía americana pero en el caso de los primeros (los domiciliados en PR) el gobierno estadounidense la ignorará mientras no entren en los EE.UU. Algo parecido es lo que hace con aquellas personas que tienen doble ciudadanía (la estadounidense y la da algún otro país) en una variación diplomática de la política de "Don't ask, don't tell". En otras palabras, la ciudadanía estadounidense de los puertorriqueños de la Isla estará en un estado "latente", a falta de mejor palabra. Por supuesto, la ciudadanía puertorriqueña ganará todos los atributos de los que hoy en día carece para convertirse en la ciudadanía primaria de los puertorriqueños.

3. Los nacidos despues de la entrada en vigor del tratado pero antes de que se cumplan cincuenta años de esa fecha carecerán de la ciudadanía estadounidense pero, al igual que los ciudadanos de las naciones del Pacífico con las que el gobierno norteamericano tiene tratados de libre asociación, podrán entrar libremente en los EE.UU. y trabajar allí. Por supuesto, una vez en territorio norteamericano podrán también hacer ciudadanos de ese país mediante los procesos usuales de naturalización.

Lo que los puertorriqueños ganarían con esta propuesta (que, recuerden, no es la que yo personalmente prefiero) resulta bastante claro. Pero ¿ que ganan los estadounidenses ? Realmente no mucho. Resolver un problema que de todas maneras usualmente no conocen ni reconocen. No quedar ante sus pares como un ogro que abandona a algunos sus ciudadanos. Evitar tener una fábrica de ciudadanos estadounidenses que exista indefinidamente fuera de su control. Con tan poco que ganar o perder, ¿ para que actuar ?

Ese es el problema medular. Para los puertorriqueños el dilema colonial es existencial pero para Washington no lo es y convencerlo de lo contrario ha resultado casi imposible. Los puertorriqueños podrían actuar unilateralmente pero, divididos y timoratos, no lo harán. Así las cosas, mientras el temor paralice a los puertorriqueños y la desidia a los estadounidenses el impasse continuará.

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