jueves, 1 de enero de 2009

2009: Año Clave

Creo que hoy no es un 1 de enero cualquiera.

Para empezar, este año se cumplen dos siglos del inicio del proceso de emancipación política de América Hispana frente a España, cuyo desenlace, según consigna el artículo de mi reciente entrada «A un año del "¿Porqué no te callas?": "Los bicentenarios y España"», se comenzará a celebrar en 2010. De esos 200 años, la última cuarta parte, 50 años exactamente hoy 1 de enero, han visto la implantación y paulatina descomposición en Cuba del comunismo, un modelo político y económico que por su propia naturaleza es contrario a la tradición cultural de América Hispana y a cualquier otra. Sin embargo, Cuba comunista y sus artífices principales y emblemáticos, Fidel Castro y Che Guevara, han sido objeto de gran admiración y apoyo por amplios sectores de la población de nuestra América a lo largo de este medio siglo.

Esto se debe a que millones de hispanos están concientes o al menos tienen la intuición de que el orden que ha imperado en nuestro continente desde la Independencia está configurado en beneficio de pequeñas elites “blancas” a menudo racistas, apoyadas por sus socios comerciales de Europa y EE.UU., que se dedican a explotar los recursos naturales y humanos del continente para beneficio propio y de los extranjeros. Esta explotación también ocurría bajo España, con la diferencia de que entonces el beneficiario directo era la propia España y no otras potencias, y la autoridad Real limitaba la venalidad de las elites locales, que en cambio han tenido rienda suelta una vez quebrada dicha autoridad. Pero desde la posición de aquellos explotados, la diferencia es irrelevante. Por eso cuando Fidel y el Che derrocaron a esas elites en Cuba, expulsaron de allí a los intereses extranjeros tradicionales (que cambiaron por intereses soviéticos), y se comprometieron a hacer lo mismo en el resto de América Hispana, prometiendo implantar regímenes justos, a millones de hispanos no les importó el precio de romper con nuestras tradiciones, porque son tradiciones que han estado tristemente viculadas con la opresión.

Cincuenta años después muchos de los hispanos que fueran atraídos por los cantos de sirena de la Revolución Cubana y su actividad subversiva en América saben que el remedio fue peor que la enfermedad, dado que Cuba hoy es un gran presidio paupérrimo donde hay que restringir la salida de ciudadanos al exterior para que la isla no experimente una merma considerable de su población, y donde los extranjeros van a parajes vedados a los propios lugareños, o a relacionarse con algunas lugareñas (o lugareños) dispuestas a cualquier actividad a cambio de algunos dólares o bienes básicos de consumo. Y sin embargo la Cuba revolucionaria con sus símbolos es fuente de inspiración y aliada de nuevos regímenes de izquierda electos en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras y Nicaragua. Estos regímenes hasta ahora han sido mucho menos malignos para sus poblaciones que el cubano, a la vez que han intentado romper con la tradicional dependencia de EE.UU., como también con el racismo, y trabajan para integrarse en un mismo bloque. Con todo y las inmensas imperfecciones de estos regímenes, su aparación en los últimos diez años le lava la cara al rancio estalinismo cubano: Al cabo medio siglo, el balance de la Revolución Cubana es que ha sacrificado económica y espiritualmente a un pueblo completo que es el cubano, sin que ese pueblo o sus dirigentes así lo escogieran, para mantener viva en América la llama de la resistencia al orden ya bicentenario de exclusión interna y subordinación al exterior. El socialismo tradicional no es la manera correcta articular dicha resistencia, pero la resistencia en sí, y su búsqueda de un cambio, es completamente legítima y necesaria.

El que llamo orden bicentenario, como también la deserción de Cuba del mismo, deben ser temas existenciales para los hispanos, pero también son aspectos, a la vez periféricos y centrales, de la historia universal moderna. Como he escrito antes, cuando los españoles se toparon con América hace más de cinco siglos, iniciaron un proceso global en el cual la papa y los metales americanos, como también la produccion allí de azucar y luego algodón con mano de obra esclava del África negra, estimularon económicamente a una Europa que acabaría dominando al resto del mundo, a la vez que otros europeos además de los españoles se vieron atraídos a asentarse en América, dando pie al crecimiento de los EE.UU. El dominio europeo comenzó a resquebrajarse tras la Primera Guerra Mundial, por la sangría económica que ésta supuso para Europa, y fue eventualmente sucedido por un dominio informal por parte de EE.UU. Pero también durante el siglo XX otras zonas del mundo como por ejemplo la India y la China recuperaron el control de sus asuntos, por lo cual era cuestión de tiempo para que la hegemonía de EE.UU. se viera amenazada.

Ese momento ha llegado. Ya venía cocinándose, pero en 2008 se volvió patente. Fue otro año de impotencia de EE.UU. en Iraq, y uno de resurgimiento de los talibán en Afganistán (“talibán” es un plural en la lengua paxto, que significa “estudiantes”), como también de Rusia como potencia internacional. Luego vino el desastre financiero de EE.UU., y China, India y Brasil comenzaron a brillar más (ver la entrada de Pedro de ayer, Lo mejor del año). Finalmente, el electorado estadounidense se decantó por el hijo de un africano negro y musulmán renegado como próximo presidente de EE.UU., Barack Obama.

Ese hombre es hijo del continente que junto con América Hispana más ha sufrido la expansión europea y estadounidense de los últimos quinientos años, y en el 2009 presidirá a unos EE.UU. empantanados militar y económicamente, mientras que “BRIC” (Brasil, Rusia, India, China) descollan. Aunque los EE.UU. sigan siendo importantes, el 2009 quizá sirva de referencia a historiadores futuros que busquen ubicar el “Ascenso del Tercer Mundo”, después de quinientos años de retirada.

La retirada se aceleró durante los últimos doscientos años, con la industrialización de Europa y EE.UU., e incluyó a América Hispana, que antes había sido la porción ultramarina de una monarquía europea, la española. Ese pasado hace de América Hispana la única zona del llamado Tercer Mundo cuya tradición no es claramente ajena a Occidente, y es este hecho el que ha impedido la insubordinación de sus dirigentes a los intereses occidentales, necesaria para la expansión que China e India han experimentado a una generación de Nehru y Mao.

La respuesta a este problema no es que América Hispana rechace su veta occidental, sino que la reencuentre, pero en la víspera de su “Independencia”, cuando comenzó a perder el camino hace ya exactamente doscientos años.

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